Deflorando a Cynthia
Lo que le pasaba a Renato era que le daba pena. Su enamorada, Cynthia, de diecisiete añitos, pelo castaño y nariz maquillada, lápiz de labios y polvo como escarcha para las mejillas, estaba debajo de él.
Renato la tenía ahí. Según ella, era como una zanahoria gigante, que de ninguna manera iba a entrar en su pequeño agujerito, del tamaño de la perforación de su oreja.
La concha de ella para Renato era como una selva negra. Cuando se la lamió, Renato reconoció el olor ancestral del placer y el alumbramiento. Sin darse cuenta, Renato pensó en su madre, y en cuando era niño, sintiendo que volvía a algún lugar que había dejado hace mucho.
Cynthia no se pudo concentrar mientras él se la lamía y tampoco lo pudo disfrutar. Estaba muy nerviosa con lo que iba a suceder. Y no abría lo suficiente las piernas.
Renato se las ingeniaba para metérsela, pero Cynthia se quejaba. No, no, le decía. Así no, por ahí no. Y Renato sudaba, estaba desnudo y el condón le apretaba. Le daba pena Cynthia, que al rato se desanimaba, se quejaba del dolor y se volteaba.
La habitación era la de un Hospedaje. Había costado treinta dólares y quedaba en una zona residencial de Miraflores. Renato no escuchaba quejidos ni gritos ni golpes desenfrenados contra la pared de su cuarto. Una vez logró escuchar varias voces que hablaban en un dialecto extraño, un idioma que a Renato le pareció imposible reconocer.
Renato la dejó subirse. Entonces Cynthia lo montó moviéndose sobre él, sobando su peluda concha contra la zanahoria gigante, que ahora lucía más grande y más roja. Con un movimiento que no pareció brusco en lo absoluto, Renato volvió a estar encima de ella, que parecía por el momento complacida con lo sucedido. Se acordó de cuando Renato metió sus dedos por debajo de sus calzones. Estaban en la puerta de su casa y era sábado. Había quedado tan excitada que apenas contaba los días para decirle a Renato que quería ir a un lugar, a estar solos.
Pero no se imaginó entonces que Renato le iba a sonreír como un actor porno, mientras colocaba sus piernas dobladas sobre cada uno de sus hombros, y que en esa posición le iba a hundir su zanahoria, y que ella iba a gritar, y que luego lo iba a golpear varias veces con los puños cerrados diciéndole que lo saque.
- ¿Qué estuvo mal? -le preguntó Renato, ahora con la expresión de los antiguos enamorados.
Cynthia negó con la cabeza hundida en la almohada. La cama era doble, de dos plazas cada una, con unas sábanas verdes enormes y ásperas. No había ningún espejo por ningún lado y eso le ocasionaba a Renato cierto malestar.
Volvieron a la faena. Cynthia tenía puestas todavía sus medias blancas con dibujitos de Mario BROS. Renato comenzó por ahí, sobando sus pies contra los de ella, sabiendo que al estar desnudos Cynthia podría notar la zanahoria, todavía caliente, todavía gigante. Renato tenía razón, Cynthia le hizo caso a la zanahoria, cogiéndola con ambas manos y jugando con ella, maltratándola de a ratos. Renato pasó a tocar a Cynthia sobre sus caderas, llegando a la espesa selva negra donde está la diversión.
Una vez que Cynthia ha gemido y se ha mojado, Renato saca el último de sus condones y demora en ponérselo. Cynthia le da la cara, mirándolo con unos ojos que le dicen “te amo”. Sin darse cuenta, Cynthia se lo llega a decir:
- Te amo.
Pero Renato no tiene tiempo para ésas cosas y una vez que el condón está bien puesto se echa sobre ella, que abre bien las piernas, como si fuese a dar a luz, y Renato se la mete, se la mete todo lo que puede, ella aprieta los ojos y gruñe.
Es entonces cuando a Renato le da pena. Mientras ambos lo hacen, Renato parece descontrolado y Cynthia se queda pensando. Renato empieza a excitarse conforme van pasando los minutos. Cynthia se pone triste porque siente que la magia ya pasó. Renato empieza a gritar de placer y su cuerpo se contrae en un pequeño orgasmo.
Cuando han terminado Cynthia le repite a Renato que lo ama, y Renato besa cada una de sus tetas con profunda devoción. Se imagina al primer hombre en llegar la luna con una banderita que dice I WAS HERE. Se imagina al primer hombre en escalar el monte Everest. Luego se da cuenta de la sangre y de que Cynthia está llorando.
759 p
Lo que le pasaba a Renato era que le daba pena. Su enamorada, Cynthia, de diecisiete añitos, pelo castaño y nariz maquillada, lápiz de labios y polvo como escarcha para las mejillas, estaba debajo de él.
Renato la tenía ahí. Según ella, era como una zanahoria gigante, que de ninguna manera iba a entrar en su pequeño agujerito, del tamaño de la perforación de su oreja.
La concha de ella para Renato era como una selva negra. Cuando se la lamió, Renato reconoció el olor ancestral del placer y el alumbramiento. Sin darse cuenta, Renato pensó en su madre, y en cuando era niño, sintiendo que volvía a algún lugar que había dejado hace mucho.
Cynthia no se pudo concentrar mientras él se la lamía y tampoco lo pudo disfrutar. Estaba muy nerviosa con lo que iba a suceder. Y no abría lo suficiente las piernas.
Renato se las ingeniaba para metérsela, pero Cynthia se quejaba. No, no, le decía. Así no, por ahí no. Y Renato sudaba, estaba desnudo y el condón le apretaba. Le daba pena Cynthia, que al rato se desanimaba, se quejaba del dolor y se volteaba.
La habitación era la de un Hospedaje. Había costado treinta dólares y quedaba en una zona residencial de Miraflores. Renato no escuchaba quejidos ni gritos ni golpes desenfrenados contra la pared de su cuarto. Una vez logró escuchar varias voces que hablaban en un dialecto extraño, un idioma que a Renato le pareció imposible reconocer.
Renato la dejó subirse. Entonces Cynthia lo montó moviéndose sobre él, sobando su peluda concha contra la zanahoria gigante, que ahora lucía más grande y más roja. Con un movimiento que no pareció brusco en lo absoluto, Renato volvió a estar encima de ella, que parecía por el momento complacida con lo sucedido. Se acordó de cuando Renato metió sus dedos por debajo de sus calzones. Estaban en la puerta de su casa y era sábado. Había quedado tan excitada que apenas contaba los días para decirle a Renato que quería ir a un lugar, a estar solos.
Pero no se imaginó entonces que Renato le iba a sonreír como un actor porno, mientras colocaba sus piernas dobladas sobre cada uno de sus hombros, y que en esa posición le iba a hundir su zanahoria, y que ella iba a gritar, y que luego lo iba a golpear varias veces con los puños cerrados diciéndole que lo saque.
- ¿Qué estuvo mal? -le preguntó Renato, ahora con la expresión de los antiguos enamorados.
Cynthia negó con la cabeza hundida en la almohada. La cama era doble, de dos plazas cada una, con unas sábanas verdes enormes y ásperas. No había ningún espejo por ningún lado y eso le ocasionaba a Renato cierto malestar.
Volvieron a la faena. Cynthia tenía puestas todavía sus medias blancas con dibujitos de Mario BROS. Renato comenzó por ahí, sobando sus pies contra los de ella, sabiendo que al estar desnudos Cynthia podría notar la zanahoria, todavía caliente, todavía gigante. Renato tenía razón, Cynthia le hizo caso a la zanahoria, cogiéndola con ambas manos y jugando con ella, maltratándola de a ratos. Renato pasó a tocar a Cynthia sobre sus caderas, llegando a la espesa selva negra donde está la diversión.
Una vez que Cynthia ha gemido y se ha mojado, Renato saca el último de sus condones y demora en ponérselo. Cynthia le da la cara, mirándolo con unos ojos que le dicen “te amo”. Sin darse cuenta, Cynthia se lo llega a decir:
- Te amo.
Pero Renato no tiene tiempo para ésas cosas y una vez que el condón está bien puesto se echa sobre ella, que abre bien las piernas, como si fuese a dar a luz, y Renato se la mete, se la mete todo lo que puede, ella aprieta los ojos y gruñe.
Es entonces cuando a Renato le da pena. Mientras ambos lo hacen, Renato parece descontrolado y Cynthia se queda pensando. Renato empieza a excitarse conforme van pasando los minutos. Cynthia se pone triste porque siente que la magia ya pasó. Renato empieza a gritar de placer y su cuerpo se contrae en un pequeño orgasmo.
Cuando han terminado Cynthia le repite a Renato que lo ama, y Renato besa cada una de sus tetas con profunda devoción. Se imagina al primer hombre en llegar la luna con una banderita que dice I WAS HERE. Se imagina al primer hombre en escalar el monte Everest. Luego se da cuenta de la sangre y de que Cynthia está llorando.
759 p
<< Home